Manual de Supervivencia Corporativa: Rodeado de

Manual de Supervivencia Corporativa: Rodeado de Idiotas (pero con corbata y KPI)

En toda gran empresa hay una certeza inconfesable pero universal: el idiota siempre es el otro. No hace falta decirlo en voz alta (para eso están los valores corporativos y los comités de ética), basta con pensarlo en silencio mientras uno ajusta la corbata o finge entusiasmo por el nuevo proyecto transversal de sinergias colaborativas.

El analista está seguro de que su jefe no tiene ni idea. El jefe lo corrobora: su equipo no da la talla. Recursos Humanos, que hace tiempo dejó de lidiar con personas para enfocarse en “talento”, diagnostica a media plantilla con traumas arrastrados del preescolar. Marketing considera que Finanzas no tiene alma. Finanzas cree que los demás viven en una secuela de Frozen. Todo se oculta con sonrisas forzadas, emojis pasivo-agresivos y correos con asunto “solo para alinear”.

Pero todos —sin excepción— están convencidos de lo mismo: “yo sí que lo tengo claro”. Y no es narcisismo (bueno, sí lo es), pero también es ciencia: lo llaman ilusión de superioridad. Un sesgo que hace que la mayoría se crea más lista, ética y competente que el promedio. Matemáticamente imposible, pero emocionalmente tranquilizador. Cada uno se ve como el visionario incomprendido del Excel. Un Elon Musk atrapado en la oficina de planta baja.

En este ecosistema, levantar la voz con seguridad te convierte automáticamente en referente. ¿Dudar? ¿Preguntar? ¿Decir “no estoy seguro”? No, gracias. La empresa moderna interpreta la duda como una falta de liderazgo. Mejor sonar firme, aunque hables con la autoridad de un horóscopo. Lo predijo Ortega y Gasset: cuando la mediocridad se vuelve norma, el que grita más alto parece el más lúcido.

Y entonces, como efecto secundario inevitable, aparece una figura ya clásica en cualquier organización: el líder Dunning-Kruger™️. El que no sabe, pero tampoco lo sospecha. El que nunca ha leído un libro sobre innovación, pero dirige la estrategia de innovación. Y no es una exageración.

Ejemplo real: en 2022, el CEO de WeWork, Sandeep Mathrani, afirmó en una entrevista que “los empleados más comprometidos son los que vuelven a la oficina todos los días”. Esto en plena era del teletrabajo, la Gran Renuncia y los datos que demostraban lo contrario. La declaración fue tan mal recibida que muchos empleados se marcharon —algunos con memes de despedida incluidos— y la empresa profundizó su caída de reputación. Todo un caso práctico de desconexión ejecutiva con la realidad.

Mientras tanto, quienes realmente saben algo, dudan. Reflexionan. Matizan. Es decir, interrumpen el flujo natural de la ignorancia con corbata. Y eso los convierte en “complejos”, “densos” o “poco alineados”. Palabras que, en el diccionario corporativo, significan: “persona que piensa demasiado para ser promovida”.

La trampa final es el sesgo del falso consenso: todos creen que su visión del mundo es no solo la mejor, sino la más compartida. No importa lo que digas, lo haces con tanta convicción que asumes que el resto está —o debería estar— de acuerdo. Spoiler: no lo están. Pero nadie te lo dirá. Están en otra reunión, planeando exactamente lo mismo sobre ti.

¿Y cómo sobrevive este teatro? Fácil. Porque el sistema lo alimenta. Premia la obediencia con estilo, la seguridad sin fondo y la visibilidad sin contenido. Si proyectas liderazgo aunque no tengas nada que decir, prosperas. Si te atreves a cuestionar, a pensar distinto o simplemente a pensar… eres “una resistencia al cambio”.

Hasta que un día, entre una reunión de planificación estratégica con post-its y otra de retrospectiva que no retrocede nada, algo en tu cerebro hace clic. Y te preguntas, con un eco incómodo: “¿y si el idiota soy yo?”. Porque si todos piensan que los demás son el problema… tal vez todos lo seamos para alguien. La diferencia está en que el idiota auténtico jamás se lo plantea. Vive en paz consigo mismo y con sus dashboards vacíos.

En el fondo, tal vez la verdadera señal de inteligencia en este mundo laboral no es el MBA, ni el inglés fluido, ni saber qué hace Legal. Tal vez es reírte de ti mismo. Entender que en este teatro de KPIs, egos disfrazados de liderazgo y cultura “agile” a medias, lo más lúcido que puedes hacer… es no tomarte tan en serio.

Porque si esto no te da un poco de risa, querido lector, hay malas noticias:
quizá sí seas tú.

E. Mercator